La primera edición de La Mar fue financiada íntegramente por su autor, Ignacio Balcells, y el tiraje fue sólo de 500 ejemplares. La segunda edición, financiada por uno de sus grandes amigos y tan amante del mar como él, fue publicada póstumamente, y su tiraje fue también de sólo 500 ejemplares. A cinco años de su muerte y por considerar que una obra tan importante no puede ser olvidada, los invitamos a redescubrir, a través de una selección de sus páginas, el mar de Chile y de sus habitantes costeros bajo la visionaria luz de la poesía.




II - 6. UN REPROCHE DE ULISES

II
POR LA COSTA DEL NORTE

6   UN REPROCHE DE ULISES

   Cuando estás en tu casa cualquier acaso te deja en suspenso. En cambio en viaje a cada vuelta te recibes dé maese en acasos. En tu casa un acaso cualquiera te enajena y no eres quien hasta que lo olvidas o hasta que, después de mucho, consigues ponerte a su altura. Recién entonces pasas y tu vida retoma su curso. Contrariamente, cuando viajas ningún trance parece quedarte grande. Tu cabeza va siempre a la altura del sol; tus hombros tienen infaliblemente el ancho del camino; tu cintura es un haz de quiebros y tu corazón palpita al ritmo de tus pasos y no según lo que éstos te van poniendo por delante, sean horrores, delicias, prodigios o trivialidades. Un viajero es un impávido a toda vela.
   Así yo, a la hora de haber dejado la playa peligrosa de Pichicuy, ya estaba mintiendo en una caleta situada algo más al norte llamada Polcura. Acodados en la borda del único bote de la caleta, inclinados sobre su cavidad maloliente para no darnos las caras, los dos habitantes del lugar y yo nos ayudamos a zurcir nuestras respectivas imposturas: la mía, de periodista; la suya, de pescadores más claros que los hijos de Zebedeo. Y después de un rato nos despedimos.
   -¡Qué engañador más pobre! -me increpó Ulises, siempre presente en mi cabeza-. ¿Todavía no sabes que el engaño es el atuendo del viajero, mejor cortado mientras más verosímil, más resistente mientras más fluido y más elegante mientras más novedoso? ¡Periodista! ¿Por qué no les dijiste que eres poeta?
   Intenté defenderme mascullando maldiciones en contra de la época en que me toca vivir en la que el engaño es ramplón porque la verdad es difusa, pero sólo conseguí oír una risa inexorable, una risa capaz de cegar de ira a un cíclope. A mis espaldas, la risita socarrona de los dos pescadores confirmó el juicio de Ulises: el hombre que se iba no los había engañado; el hombre que se iba podía ser cualquier cosa -inspector de veda o informante de la policía antidrogas- excepto lo que había dicho ser; el hombre que se iba andaba, miraba y hablaba como uno que disimula, como uno que anda tras algo secreto, como uno que se lleva una imagen irreconocible de aquellos con los que ha estado, como uno que consigue lo que quiere sin que nadie lo note. Me volví para hacerles una señal amistosa antes de abordar el furgón. Los perros redoblaron sus ladridos y los amos hicieron como que ya estaban en otra cosa.

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